La inmensidad de la soledad

3 Jun

No hay mejor regalo que puede hacerse un mismo que un viaje. Para llevarlo a cabo no siempre es necesario viajar ya que hay viajes instrospectivos, viajes espirituales, viajes de amistad, viajes de relaciones… aún así muchas veces el hecho de desplazarse ayuda, y en otras es absolutamente necesario.

He tenido la suerte de viajar al norte durante unos días, por segunda vez en poco tiempo, y considero que en mi caso era imprescindible viajar físicamente para alejarme un poquito de la jungla de asfalto.

Ambos viajes los he hecho sola, aunque han sido bastante escasos los momentos en que mi única compañía era yo misma. La ruta está llena de viajeros que, viajen solos o no, esperan nutrirse de las experiencias ajenas para poder viajar incluso un poquito más adentro de su propio viaje.

En uno de mis momentos de libertad no-premeditada decidí subir a un mirador desde el cual se ofrece una bella panorámica de Purmamarca. En mi anterior viaje ascendí hasta el mismo pero no me aventuré a pasar del primer nivel de visión. Desde allí, con uno de mis compañeros de ruta, comprendimos como las montañas abrazaban el pueblito y lo aislaban entre sus extremidades. Mientras mi mente se maravillaba entendiendo tan magnífico espectáculo, mi “padrineta” se aventuraba en otro viaje: el eterno.

Esta segunda vez subí hasta el mismo mirador. Una parejita de franceses que se alojaban en mi hostel, holgazaneaban al sol. Decidí seguir caminando por un diminuto camino que bordeaba la montaña, acercándome cada vez más a su cima. No era una montaña alta pero la sensación que me producía la cercanía con la montaña de al lado me frenaba un poco. Siempre me impresiona estar cerca de cosas grandes como los transatlánticos, los rascacielos, las presas, las estatuas colosales o las montañas grandes. Ante ellas uno siente una mezcla entre estupor, respeto y complejo de insignificancia. Aún así, seguí el camino, mirándome de reojo la montaña vecina, con desconfianza.

En la cima de mi montaña había un caminito estrecho que la cruzaba. Por los lados la montaña caía destripada por el efecto de la erosión, como si la hubieran tallado con un cincel. Seguí el camino hasta encontrar una zona un poco más amplia donde me pude sentar un rato. Sin duda ese fue uno de los momentazos del año… tal es la añoranza que se vive en una gran ciudad de poder estar solo de verdad.

En las grandes urbes muchas personas se sienten solas pero la soledad real, o al menos la física, es relativa. Hay gente por todos lados, incluso en la propia casa se oyen los vecinos, se escuchan las conversaciones del rellano… Uno nunca puede estar solo de verdad, nunca puede gritar sin ser oído; pero allí, en la magnitud de la inmensidad encontré la grandeza de la soledad y la disfruté, la respiré y me nutrí de su paz.

En la vida hay momentos felices que llegan inesperadamente y que uno retiene en su memoria como joyas sagradas que deben ser conservadas como reliquias. Momentos más felices, donde se toca la cima, donde uno se embriaga con sus propias capacidades y vive hasta sus límites amplificando el alcance de sus sentidos. Ese fue uno de esos momentos y en este caso, he decidido que además de guardarlo en mi memoria, también lo guardaría por escrito.

2 respuestas to “La inmensidad de la soledad”

  1. Jordi junio 15, 2015 a 11:01 am #

    Molt bonic,i crec que es molt molt necessari trobar-se amb la soletad i amb un mateix.
    Vivim amb una societat que enganya,ens pensem que estem envoltats de gent,amics,companys etc etc pero molts cops només son sorolls,paraules buides de significat i sentiment
    Ara he après que la millor companyia que un pot tenir es ell mateix,i ser,que quant estic be amb mi mateix, es quant puc i vull estar amb altres companyies i donar tot el que soc.

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    • unamicadetotarreu marzo 22, 2016 a 11:49 am #

      Em sembla ben important el que dius. Penso que la soledat ajuda a retrobar-se amb un mateix, amb els altres i amb Déu. El silenci conté molt missatge.

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